“TUS HIJOS NO SON TUS HIJOS”

“TUS HIJOS NO SON TUS HIJOS” (Khalil Gibran)

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Tus hijos no son tus hijos,

son hijos e hijas de la vida

deseosa de sí misma.

No vienen de ti, sino a través de ti,

y aunque estén contigo,

no te pertenecen.

Puedes darles tu amor,

pero no tus pensamientos, pues,

ellos tienen sus propios pensamientos.

Puedes abrigar sus cuerpos,

pero no sus almas, porque ellas

viven en la casa de mañana,

que no puedes visitar,

ni siquiera en sueños.

Puedes esforzarte en ser como ellos,

pero no procures hacerlos

semejantes a ti

porque la vida no retrocede

ni se detiene en el ayer.

Tú eres el arco del cual tus hijos,

como flechas vivas son lanzados.

Deja que la inclinación,

en tu mano de arquero
sea para la FELICIDAD

KHALIL GIBRAN (1883-1931) Poeta, filósofo y artista, nacido en Líbano.

            Su poesía se ha traducido a más de veinte idiomas y sus dibujos y pinturas se han expuesto en las grandes capitales del mundo.

             No encuentro palabras más certeras y emotivas para introducir este breve artículo, que versa sobre la ilusión de la propiedad y el derecho de propiedad que de manera supuestamente natural ostentan los progenitores sobre los hijos e hijas.

                 Esta ilusión de que los niños nos pertenecen, que son nuestros porque nosotras los hemos parido o porque nosotros somos sus padres dificulta fuertemente el desarrollo como personas de nuestros pequeños.

        Es desde las figuras paternas y maternas desde las cuales se ha de producir primero un desenganche interior, el renunciar a la posesión de estos seres y el darnos el rol de tutores. Y hablo de tutor no como una figura externa, extraña y fría, si no como la firme guía que se coloca junto a la plantita en crecimiento para que, sin apenas tocarla, ayude a alcanzar las cotas más altas.

              En nuestra cultura occidental habitualmente consideramos a las hijas e hijos como nuestros, lo cual aumenta el apego, pero este, no siempre es positivo. Si es un apego invasivo, desde el que proyectaremos en exceso nuestros miedo, deseos y angustias sobre el pequeño, entonces crecerá sin confianza en sus propias capacidades, ya que habremos llenado el inmenso hueco que tiene para aprender por si mismo las cosas con nuestras propias experiencias vitales.

               Hacia lo que debemos apuntar como padres y madres es hacia el apego en libertad. Esto que decimos es en ocasiones trabajoso, pues nosotros mismos no hemos sido criados así, encontrándose a su vez nuestras figuras de referencia dentro de este modo de crianza. De manera habitual, como madres y padres proyectaremos en nuestras hijas e hijos nuestros gustos, angustias, expectativas (que puede que coincidan con las que nuestros padres tenían hacia nosotros), etc. Los hijos tocan directamente nuestro ego, poniéndose en juego nuestro narcisismo con ellos. Estos procesos están ahí, forman parte del proceso evolutivo, del proceso de apego, de identificación de uno como padre o madre de ese niño; pero como todo proceso, ha de ser controlado, si no, esa energía va a tener tendencia a circular libremente, y eso no nos interesa. La energía psíquica se encauza mediante procesos de toma de conciencia. Mediante la concienciación de pensamientos, sentimientos y acciones de nuestra existencia. Es un proceso lento en ocasiones, pero el único modo de coger las riendas de nuestra vida y de permitir que nuestros niños las cojan sobre la suya. Porque son ellos los que tienen que aprender a coger su propio timón, no nosotros; nosotros sólo les enseñamos y ayudamos a sostenerlo.

             Con este artículo pretendemos que se inicie, o se vea reforzada, una toma de conciencia sobre este hecho, que ocurre casi siempre amparado por el inconsciente. Nuestra labor como Psicólogos es precisamente esa, ayudar y abrir camino a una toma de conciencia de nuestro modo de hacer las cosas y sus consecuencias cada vez mayor y más amplia.

        Cuando realizamos cambios en nosotros mismos, eso que hemos modificado ya no se transmite a la siguiente generación. Al igual que los patrones de crianza de nuestros padres están insertados dentro de nosotros (y los cambios que ellos realizaros también, por presencia de aspectos o por su ausencia), igualmente lo que consigamos cambiar en nosotros con respecto al modo de relacionarnos con nuestros niños ellos lo repetirán. De aquí nuestra responsabilidad que, sin caer el agobio, poseemos como padres y madres.

          Partimos de la base de que cada madre y cada padre ejerce su paternidad o maternidad lo mejor que puede. Y cuando digo “lo mejor” eso es exactamente lo que quiero decir. No hay lugar para la culpabilidad porque no estemos haciéndolo “suficientemente bien”, o porque no cumplimos nuestras expectativas. El tener un hijo es una experiencia que, si la sabemos utilizar bien, nos puede conectar con nosotros mismos y con nuestro modo real de hacer las cosas, no lo que nos han dicho que hay que hacer, ni lo que hemos leído acerca de la “correcta” crianza de los pequeños. Conectar con el propio instinto es de suma importancia. A la vez que conectamos con nuestra manera de hacer las cosas para esta tarea concreta nos estaremos reconectando con nosotros mismos para encontrar nuestro sitio real en el mundo, y no donde nos han dicho que nos tenemos que poner, como es nuestra personalidad, que cosas nos gustan, etc. Este es el punto en el que se rompe la cadena, puesto que a nosotros nos han dicho en buena medida, desde las cajas de contenidos de creencias y expectativas que son nuestros padres, (y los padres de nuestros padres), como somos, que nos gusta o que no, etc. Habitualmente nos han dejado poco espacio para desarrollarnos realmente, para que descubramos como somos y cuales son nuestros gustos, nuestras creencias, etc. Si un niño es fuerte es fácil que le veamos parcialmente a través de ese prisma obviando las numerosas otras caras de él. Si una niña es lista, puede que perdamos de vista que también es intrépida, sólo porque no le estamos ayudando a descubrirse, sólo porque esa inteligencia cubre nuestras expectativas y nos hace sentir “orgullosos”. Las personas poseen múltiples facetas. Ayudemos a que los niños se desarrollen así, como adultos con múltiples facetas.

            Nuestros hijos no son nosotros, son seres diferentes. Nuestros niños y niñas son como son, vienen a este mundo como vienen, y nuestro deber es acompañarles, amarles y guiarles en el descubrimiento de cómo son, o como quieren ser, en el descubrimiento de que les gusta y que no…

         No llenemos a nuestros hijos con nuestras experiencias. Dejémosles experimentar, dejemos que se caigan y se levanten, dejemos que hablen, que opinen… Así habremos cumplido con la hermosa tarea de ayudar a un ser a vivir feliz, a estar en paz consigo mismo y con el mundo. Así se rompe la cadena de esta falsa pertenencia.

               Escuchándoles a ellos aprendemos a la vez a escucharnos a nosotros mismos.

Ana María Fuentes Alcañiz

Psicóloga Clínica. Especialista en niños y adolescentes.

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